lunes, 12 de mayo de 2008

¿Qué es lo que no sabemos?¿Qué es lo que no se enseña?

Bernadette Bensaude se encuentra con Michel Serres

Primera intervención de Michel Serres:


Normalmente, yo hubiera debido hablar esta mañana de la enseñanza a distancia, pero ocurre que desde hace dos o tres años ya he hablado mucho en estos lugares por diversas razones y, en lugar de hablar, preferiría tratar de reflexionar sobre la pregunta que me ha, y que nos ha, planteado Ayyam Wassef al organizar este coloquio, es decir: reflexionar sobre lo que no se sabe. Yo titulé mi intervención “Lo que uno no sabe, lo busca” y a veces se lo encuentra porque está oculto. Y me gustaría mostrar que no sabemos lo que decimos. En efecto, lo que no sabemos tenemos el hábito de colocarlo en lo que se llama cajas negras. Y me gustaría hoy colocar delante de mí, o delante de Uds., tres cajitas negras, y dedicarme a abrirlas durante los diez minutos que me ha concedido Ayyam. Lo que no sabemos lo buscamos. Cajita negra: la palabra buscar. Se lo encuentra, a veces; cajita negra: el verbo encontrar. Y se lo encuentra a veces porque está oculto; tercera cajita negra: el verbo ocultar. Trabajemos. El término o el verbo buscar tiene por raíz la preposición latina “circa” que parece indicar que buscamos en torno algunos objetos que están perdidos u ocultos. Cuando en el Renacimiento Rabelais forjó el término “enciclopedia”, del que decía estarlo renovando de los griegos, repitió de hecho —por lo que se llama en lingüística un duplicado científico— ese verbo que tiene una raíz y un uso popular, el verbo buscar. Y el duplicado científico “enciclopedia” no hacía más que repetir de manera sabia esta raíz “circa” que quería decir el círculo. Y cuando para nuestros estudios, al menos en Francia, decimos primero, segundo, tercer ciclos, volvemos a dibujar la circunferencia en cuestión y, cuando los filósofos —muy grandiosos— glosan por ejemplo sobre la revolución copernicana, como Kant, o sobre el círculo de los círculos de la enciclopedia, como Hegel, no hacen sino repetir lo que decimos en la calle cuando decimos “buscar” <”chercher”>, es decir, la forma del círculo. ¿Lo sabíais? Yo lo ignoraba; lo encontré esta semana y me pareció gracioso abrir ante Uds. esta caja negra que nos dice simplemente que los investigadores dan vueltas en redondo.

Lo que no se sabe se lo busca, lo que no sabemos a veces lo encontramos. Segunda cajita negra: el verbo encontrar . Ahora bien, este verbo en lengua francesa es igualmente muy popular, y se remonta de manera muy sabia a la raíz “tropos” en griego, que repetimos cuando queremos hacer científico los duplicados “trópico” o “—antropía”, donde se reencuentra el mismo círculo. Encontrar es el duplicado popular de esos dobletes científicos “trópico, —antropía”, de suerte que en mi lengua yo descubro al menos dos lenguas: una lengua popular que dice “buscar” <”chercher”> y una lengua sabia que dice “enciclopedia”. Una lengua popular que dice “encontrar” y una lengua científica que dice “—antropía o trópico”. Salido de ese griego circular, el latín traduce estas formas con palabras como torcer o atormentar, que son de la misma familia que el verbo encontrar , y que evocan el movimiento de torsión de los hombres torturados, de pensamientos o de cosas torcidas. Sin duda, advertido de estas duras rotaciones —al menos en Francia— el Centro nacional de la investigación científica… ¡Vea Ud.! había notado que ese Centro había descubierto el centro del círculo, puesto que quiere decir el círculo, entonces es bien normal que se diga “centro de la recherche”, puesto que todo círculo se adorna con su punto medio llamado centro; ¿lo sabía Ud.? Lo ignoraba antes de esta semana. Ahora bien, ese Centro nacional de la científica llama “agregado, atado” <”attaché”>, o “encargado, cargado” <”chargé”> de investigación a lo que a mí me gustaría llamar (dada mi vida) “gozoso o entusiasta” de investigación, sin duda porque encuentra que esas pobres gentes están atadas a algún suplicio de la rueda, lo que es natural para el verbo encontrar que quiere decir ese movimiento de torsión. Y entonces, todo hombre llamado “director de investigación ” se equivoca dos veces puesto que asocia “rectar”, “caminar derecho” con “recherche”, “ir en círculo”, como si hubiese resuelto la cuadratura del círculo; ¿lo sabía? Yo lo ignoraba a comienzos de la semana. Esto es, mi querida Ayyam lo que uno llama no saber. Encontrar , se llama en Languedoc, “troubadour”, o en lengua de Oil, “trouvère”, el que precisamente va hasta el fondo y no se queda en el camino de la búsqueda. Y nuestros antiguos admiraban a los troubadours o a los trouvères muy simplemente porque admiraban más a los que encontraban que a los que buscaban. En efecto siento mucho que ya no nos llamemos trovadores. Mientras que sólo se encuentran cosas simples en días milagrosos, el método que lleva a este hallazgo se parece, si hay que creerle a la palabra, a un sendero tortuoso. Y las cosas allá, se vuelven un poco serias y hablan del cuerpo. En efecto, ningún gesto de los que hemos aprendido en nuestra vida continúa un movimiento natural. Es preciso torcer el brazo para aprender en el juego de tennis el reverso o el servicio; ni la danza, ni la carrera, ni el salto alto, se aprenden naturalmente, ni tampoco el pensamiento, ni siquiera alguna evidencia. Cada uno de esos ejercicios desplaza la comodidad normal del cuerpo. Y por tanto, para entrenarnos es necesario perder hábitos, es decir, torcer esos movimientos naturales, lo que dice el verbo popular “encontrar” <”trouver”>. Y por tanto, las verdades científicas, la sangre filosófica, e incluso el estilo escrito, exigen tanto giros difíciles como el aprendizaje de la raqueta o del florete. La evidencia geométrica sigue tan poco naturalmente el movimiento del ojo como el manejo de la bola sigue el movimiento natural de la muñeca, o el de las barras paralelas seguiría el movimiento natural de los hombros libres de todo movimiento. Es menester pues un largo entrenamiento, y tenemos acá de regreso todas las torsiones del cuerpo que menciona el verbo encontrar . Y por tanto, en poesía, en música, todo lo que es encontrado o descubierto exige búsquedas sofisticadas, rebuscadas, torturadoras, refinadas, difíciles de acceder o por vías inaccesibles, y los troubadours más populares de la Edad Media nos mostraban en este trabajo la fuente inagotable de la inspiración. Vuelvo a la lengua. Bien pulida por el pueblo y por el tiempo, es decir por los que no saben nada, la lengua busca y encuentra según el mismo círculo; y el método para encontrar no dibuja ninguna vía recta, ni simple, ni fácil, adiós Descartes; por el contrario, un camino poco natural, tortuoso, torturador y atormentado. Esto es lo que aprendí al abrir esta caja negra que es el verbo encontrar y que corresponde por completo a mis prácticas.

Lo que no sabemos, lo buscamos, lo que no sabemos a veces lo encontramos, y lo buscamos y lo encontramos porque está oculto . Reservé para el tercer lugar la caja negra “ocultar” porque es la que guarda los más maravillosos secretos. El verbo “ocultar” no es un verbo culto. Pertenece a esos dobletes populares que se oponía tanto a los dobletes doctos como a los sofisticados. Estaba más bien del lado de “buscar” <”chercher”>, y no de “ciclo” o “trópico”, y estaba del lado de “encontrar” <”trouver”> y no del lado de la “—antropía”; se trata verdaderamente de una palabra popular. Abramos la caja negra del verbo ocultar que contiene precisamente lo que no sabemos. El verbo ocultar tiene un prefijo “cum”, el latín “cum” que está reducido en el verbo cacher a la simple letra “c”. Y tiene como raíz el radical “ac” o “ach” que ha salido del verbo latino “agere” que se encuentra en el francés “agir” <”actuar”> y que significa —yo le pido ahora un poco de atención porque este es el núcleo de lo que quiero decirle— y que significa “conducir”, pero conducir en un sentido muy preciso, en el sentido agrícola y pastoril de ese pastor que conduce y que empuja delante de él a un rebaño de cabras, de corderos, de reses, de caballos. Acantonados en las lenguas nobles, los filósofos y los científicos utilizan gustosos los duplicados sabios, y no ven propagarse en esos dobletes sabios la gran sombra de los viejos dobletes populares. En la actualidad, Ud. lo sabe, las lenguas que se vuelven vernáculas —como el latín por ejemplo, o el francés— sufren de parte de las lenguas dominantes una erradicación voluntaria, de suerte que yo he querido aquí, delante de Ud., hablar no solamente mi vieja lengua francesa sino también el latín, que es su madre olvidada. “Agere” designa pues una marcha, la marcha del pastor tras sus rebaños. Pero ese rebaño tiene la característica de perderse en el espacio, de animarse en el espacio. El pastor empuja delante de sí muchos corderos, muchas cabras y por delante de sí sus reses, sus corderos y sus cabras se agitan. Escucháis en “agitar” la frecuentativa del verbo “agere”, del verbo precedente, que muestra la marejada que se propaga y las espaldas encrespadas de ese múltiple fluctuante, y a veces divergente. ¿Qué es lo que hace el pastor cuanto actúa , en el sentido de agere? Pues bien, conduce estos elementos bien numerosos, que nunca permanecen en reposo, que no se quedan nunca en fila, que no conservan nunca orden y cuya agitación tiende a dispersarlos en la naturaleza, cabras turbulentas, fogosos toros, caballos insumisos, carneros imbéciles por mutilación, chivos, ovejas, moruecos de todas las edades y de todos los tamaños que los perros buscan poner juntos. Y este esfuerzo de conducirlos juntos es tanto más difícil cuanto que el rebaño crece en gran número. Los invito a ver delante de Uds. salir de esta caja negra, como de una caja de Pandora, esta multiplicidad innumerable de animales, y que se encrespan como la mar. ¿No os sorprende que el verbo “cacher” <”ocultar”>, “coagere”, se refiera a la guarda y a la conducción de un rebaño por medio de perros? No lo sabías, yo tampoco, a comienzos de la semana. Retomemos, coagere, ese gran número desparramado en el espacio es llevado por los perros al orden y a una unidad. Cuando ese gran número se apacigua y se condensa en la unidad… atención, el sabio dice “coagere”, “coagula”; aquí tenemos el duplicado científico “coagular”, y el pueblo dice “cuajar”; es la misma palabra. Coagular, coagere y cuajar —en el francés popular— es la palabra correspondiente, lo que se llama el doblete. Retomemos, por favor, al pastor desde el comienzo, en la mañana. Saca del establo y de la caballeriza su rebaño. Y el latín dice en ese momento “agere”, es conducir el rebaño, y “ex”, conducirlo fuera. Y la palabra latina es “ex -agere”, tenemos pues ex –agere, el pastor que empuja a su rebaño afuera. Ahora bien, este ex –agere latino da en francés un doble popular y un doble sabio; éste último es “exactitud”, “examen” y aquel es “un enjambre” o “un ensayo” . A “examen” le corresponde “essaim” y a “exactitud o exacto” le corresponde “essai”. Tenemos acá dos sentidos que divergen mucho a partir de un origen común. Por un lado una definición muy exacta, donde se reencuentra exactamente el pulimento del círculo del que he partido, y por otra parte, enjambres donde se reencuentra exactamente el paquete de la multiplicidad vaga que se agita ante nosotros. Este detalle sobreabundante, el pueblo lo invoca cuando el científico no lo conoce puesto que él habla de exactitud y de examen en el momento mismo en que el pueblo habla de multiplicidad, es decir de enjambre o de ensayo. Como si el científico descartara el detalle molesto y la masa demasiado innumerable. Las abejas y las avispas viven en enjambres, y vienen a perturbar —peligrosamente a veces— nuestra tranquilidad como hace un rato lo demasiado lleno, las ovejas y las cabras. Se ve acá a Montaigne empujar delante de sí en desorden la multiplicidad de sus pensamientos abejas como si se entregara a un examen exacto en sus Ensayos de pensamientos desordenados. Comprendo de repente a Montaigne, ¿lo ha comprendido Ud. esta mañana gracias a esta caja negra? No yo, al menos, hace ocho días. Y al comienzo del Sobrino de Rameau, Diderot nos dice: “Mis pensamientos están esparcidos y en desorden como las rameras del Jardín del Palacio Real”. Gilles Deleuze muestra de forma brillante, en uno de sus libros, cómo Freud, al examinar este niño en El hombre de los lobos, y al escuchar al niño gritar ante las terroríficas manadas abandonadas a la persecución en el espacio de sus sueños, Freud, científico, escucha únicamente tras su barba patriarcal su teoría del padre único y oye “al lobo”, en singular, mientras que el niño grita “a los lobos”, en plural. Y de nuevo, entre el científico y el pobre niño hay la misma diferencia que entre este doblete sabio que sólo quiere hablar de lo exacto y de la unidad, y el doblete popular que vocifera la multiplicidad, el enjambre y lo múltiple. Sin duda tenemos miedo de lo múltiple, de la agitación de los gusanos, de las avispas numerosas en su enjambre, de la inundación, de la epidemia, de los microbios, de los átomos, del número enorme de las cosas; sin duda que tenemos miedo de esta muchedumbre innumerable que el lenguaje científico excluye de la ciencia, es decir, los nuevos miserables; sin duda la ciencia tiene miedo, en su expresión, de esta multiplicidad que reprime. Ud. sabe que Belzébuth no era del todo un monstruo único sino que era el señor de las moscas, el señor de los enjambres. Imposible dominar; esta inmensa multiplicidad nos supera y nos espanta. Buscamos entonces conducir juntos estos elementos agitados, unificarlos, enviar los perros como los pastores lo hacen con los rebaños. Tratamos de los “coagere”, de los “coagitare”, “agitare” es el frecuentativo de hace un momento. Y ahora, que mi padre que acaba de fallecer, que mi hermano que se va de viaje, me leguen el uno y el otro sus rebaños, que además la comunidad me entregue su rebaño para cuidarlo; cómo no voy a estar asustado con la idea de reunir; y en este momento el latín más próximo de nosotros, es decir el latín popular de la Edad Media se vuelve a poner sobre el frecuentativo y no dice ya “coagere”, dice “coagitare”, y ya no dice “coagitare” sino que dice “coactitare” como si insistiese sobre ese frecuentativo. Ud. me ve llegar pero, ciertamente, yo no lo sabía, puesto que nos espera desde hace mil años en esta caja negra la rareza más extraordinaria para la filosofía: acá donde la palabra vulgar “ocultar” <”cacher”> traduce este “coatitare”, el sabio cogita; es la palabra “cogito”. Lo sabía Ud.; yo lo ignoraba hace apenas algunos días.

¿Qué oculta el docto cuando dice “cogito”, es decir cuando utiliza exactamente la misma palabra “coagitare”, “coactitare”, que el populacho cuando dice “ocultar”? ¿Qué ocultas tu, tu que piensas? ¿Qué significa pensar? Tu que eres sabio, ¿a qué unidad te diriges para unificar, ordenar, conducir tu rebaño de pensamiento innumerables? “Cogito”, empujando muchos elementos que están agitados delante de mí, busco conducirlos agrupados. “Cogito”, ¿qué designa el sujeto de este verbo? ¿Cuál pastor, cuál perro, cuál examinador, cuál exigencia? Mientras que el pueblo tiene por sujeto el conjunto del cordero, la totalidad, el carácter innumerable, la multiplicidad de lo que precisamente se agita en la muchedumbre. Como hace un rato: lo exacto ocultaba la sombra del enjambre, de la misma manera que el examen ocultaba la sombra del ensayo, el verbo ocultar muestra, confiesa públicamente, revela, devela, ilumina, dice y grita lo que oculta la palabra “cogitare”, a saber, lo múltiple. En lo uno, domino ese detalle, “cogito”, y en lo otro, me sumerjo en ese detalle. Tengo pues dos ciencias, dos filosofías, dos visiones del mundo, dos lenguas, la lengua popular y la lengua erudita, ¿por qué el científico oculta lo que evidentemente el ignorante ve? Pero en la actualidad todos vemos cómo adviene esa pura maravilla: que la razón nueva y la ciencia moderna nos sumergen precisamente en las multiplicidades y nos obligan hoy, por medio de la enseñanza a distancia, a enseñar al gran número. Por esto, si delante de Uds. he tratado de definir lo que, en una lengua, es la lengua de los sabios y la lengua del pueblo, la lengua de los que saben y la lengua de los que ignoran, lo he hecho para mostrarles que, si en una lengua existe precisamente esta partición, a fortiori, en la distribución de las lenguas del planeta existe aún más este repartimiento. Habrá cada vez más lenguas, o la lengua, de los científicos, y lenguas cada vez más llamadas a volverse vernáculas que los sabios no entenderán ya. El problema no es saber lo que no sabemos, el problema es saber quién sabe y quién no sabe. Qué lengua hablan los que saben, qué lengua hablan los que se supone que ignoran. Cuál lengua se habla cuando se es sabio y cuál sordera implica esta lengua cuando abordamos el lenguaje de los que no hablan. Actualmente esto es trágico y plantea el problema fundamental —sobre el que regreso— de la enseñanza a distancia. Saber en cuál lengua vamos a universalizarla, puesto que, si en el ejemplo completamente humilde de mi lengua, encontré ya dos lenguas, no habrá que temer un día que haya una lengua de ciencias y el conjunto de las otras arrinconadas a volverse vernáculas, y que los unos no entiendan ya a los otros y recíprocamente. Recuerdo que estas nociones tienen una recíproca. Si los que no son científicos no entienden el lenguaje de los sabios, es porque en primer lugar la lengua erudita sirve a los científicos para que se comprendan entre ellos, pero ella también les sirve para no hacerse entender por los que no son sabios.

Por ejemplo, lo que no se puede enseñar —y este era mi primer título— se reduce a lo que no se quiere enseñar. Pero el saber de los que no son científicos tampoco llega mucho a los oídos de los que no lo son, y es por esto que hoy —en mi lengua— he querido hacerle escuchar a los sabios la lengua de los que no saben nada. ¿Qué es lo que no se sabe? Es lo que no está dicho en la lengua canónica. Los que entre vosotros sois sabios, y que hablan la lengua canónica, les pido abrir sus oídos para escuchar la lengua de los que nada saben.

Discusión de Bernadette Bensaude-Vincent:

Creo que al evocar las relaciones que hay —tensas y conflictivas— entre lengua sabia y la lengua de los que no saben, de los ignorantes, Michel Serres ha planteado un problema que es de una actualidad candente; lo hemos visto esta mañana con todos los que se levantaron y se fueron; se trata al mismo tiempo de un problema muy antiguo, probablemente tan antiguo como las propias sociedades humanas. Subrayar como lo ha hecho Michel Serres la voluntad de poder y el imperio efectivo que se le atribuye a la hegemonía de toda lengua científica, de todo hablar de mandarín, sin echar mano de la jerga de las ciencias humanas, sociólogos o semiólogos, escuchando simplemente lo que dicen las palabras de la lengua vulgar, yo creo que es una demostración de facto del poder extraordinario de esos dialectos regionales vernáculos que no están tan amenazados —pienso— como dicen estarlo. Por esto, en lugar de abordar la cuestión en términos de tragedia —como parecía sugerirlo Michel Serres— me gustaría hablar riendo, en el modo de la risa. Conocí a Michel Serres hace ya muchos años, en la sala Cavallès en la Sorbona, donde él comentaba el célebre pasaje del Teeteto en el que Sócrates cuenta la anécdota de Tales que —recordáis— caminando con los ojos puestos en el cielo, cayó en un pozo, provocando así la risa de una sirvienta de Tracia y esta anotación: “¡Ah bestia! El que busca saber lo que ocurre en el cielo ignora lo que se pasa a delante de él, a sus pies”. Veinte años después, la anécdota me sigue pareciendo todavía buena para meditar, y yo tendré en cuenta aquí dos lecciones tocantes a nuestro tema. Primera, que el saber del más sabio se paga siempre con alguna ignorancia. Al instituir al mundo como objeto de saber, objeto de discurso, Tales es ciego a las cosas, las cosas que surgen ante él, que aparecen a sus pies. Quizás que solo la convención de una jerarquía entre lo alto y lo bajo nos ha hecho olvidar que la ignorancia es nuestra suerte común, cualquiera sea nuestro grado de saber y de erudición. La ignorancia es sin duda actualmente la cosa del mundo mejor repartida. Y lo es tanto mejor cuanto que desde la época de Tales ella ha experimentado una progresión fulgurante, proporcional incluso a los avances del saber. Dado el ritmo actual de producción de resultados científicos, y el encogimiento consecutivo de los campos de investigación de cada investigador, la ignorancia conoce una expansión galopante. Una sirvienta de Tracia nos enseñó un día a tratar la ignorancia como el complemento del saber, y en el sentido fuerte de Nills Bohr, es decir de un punto de vista exclusivo pero igualmente necesario para una descripción completa de los fenómenos. ¿Cuántos historiadores y filósofos de las ciencias han escuchado esta lección de la sirvienta de Tracia, cuántos han aceptado describir la ignorancia al mismo tiempo que el saber que se desarrolla?

Segundo punto sobre este pozo: lo que oculta la reciprocidad y la complementariedad del saber y de la ignorancia; el drama que Sócrates escenifica en esta anécdota es la incomprensión entre ellos, los científicos y el público. Pues la actividad científica —se lo olvida muy a menudo— no es simplemente productora de conocimiento sino también productora de sentido. Las ciencias de la naturaleza constituyen un universo de sentido que desafía a veces, y cada vez más, al sentido común. ¿Es la incomunicabilidad, es la inconmensurabilidad entre este universo y el universo en el cual vivimos la que provoca la risa de las sirvientas de Tracia? Recuerdo que Michel Serres había planteado la hipótesis de que quizás Tales no había caído al pozo sino que había descendido voluntariamente para observar mejor el cielo, es decir que la boca de sombra que es una trampa que para unos ha de ser evitada, para los otros por el contrario es el observatorio ideal. El malentendido gira pues sobre la significación de los lugares y de las cosas, la distancia entre lo popular y lo científico no es pues simplemente una diferencia de lenguaje, sino una diferencia de visión, de comportamiento, de relación con el mundo. Lo que me lleva a pensar algunas dudas en torno a la legitimidad y a la posibilidad incluso de las empresas de popularización de la ciencia que se definen como traducciones en lengua popular de las lenguas científicas. Pero lo que es más grave es que la incomprensión, como la ignorancia, es recíproca. Para ilustrarla, contaría aún una historia puesto que hace un rato se ha dicho que solo las historias nos enseñaban. Una leyenda que ha circulado desde la Grecia helenística cuenta que Hipócrates de Quíos —de hecho pseudo Hipócrates a causa de las diferencias en la cronología— fue llamado por los abderitanos porque Demócrito, enloquecido, se mantenía a distancia de sus conciudadanos. Solitario, silencioso, se ríe de todo y de nada, y este comportamiento malsano enferma a toda la ciudad de Abdera. Hipócrates toma pues el barco, llega a Abdera y va a entrevistarse con Demócrito y ¡quién lo creyera! terminó yéndose nuevamente convencido que el presunto loco era el más sabio de los mortales. Si se reía de todo era porque los hombres, los mismos que lo acusaban de locura, viven en la intemperancia y la sinrazón. Si vivía aislado era porque los observaba de lejos y porque estaba escribiendo un libro sobre la locura. Esta historia tiene dos resortes, ella presenta dos consecuencias. Primera, si el abismo entre el sabio y la masa, si la incomprensión produce verdaderamente una inversión de los valores razón y sinrazón, razón y locura, entonces se puede dudar de la posibilidad de ese pre-entendimiento que Paul Ricoeur invocaba aquí mismo el martes pasado, que es la condición de toda búsqueda dialógica, de toda investigación en común. Si no existe incluso acuerdo sobre los valores de lo que es la razón y la locura, entonces ¿dónde va a comenzar la investigación?

En segundo lugar, esta historia de risa muestra que la distancia con respecto a la masa, al vulgo, es solidaria de una aproximación —más allá de las distancias geográficas— entre el físico de Abdera y el médico de Quíos. En otros términos, en lenguaje moderno —y yo creo que en éste ya esta historia no hace reír tanto— la formación de una comunidad científica internacional, con una comunicación en situación óptima, ¿implica necesariamente la imposibilidad de escuchar y de comprender a sus vecinos, de vivir juntos bajo el mismo techo, en la misma ciudad? Los mundos cerrados del proyecto Manhattan o de la Academia Gohod en la ex -URSS ¿son patologías o son la traducción concreta y perfecta del curso normal y regular de las cosas científicas? Es una primera pregunta que yo le plantearía a Michel Serres ¿por qué los fabricantes de saber están en el fondo del pozo, a distancia de sus conciudadanos, y no en una relación de intercambio? En un segundo punto, me gustaría volver sobre los “trobadours”, los que encuentran siguiendo los caminos tortuosos de la investigación, que Michel Serres opone al recto camino enseñado por Descartes en su Discurso. La etimología me parece acá una muy buena guía para aclarar una cara oculta de la investigación científica, durante mucho tiempo ignorada por los epistemólogos y los filósofos inflados de intelectualidad. En La interpretación de la naturaleza, Diderot describía muy gentilmente dos clases de filósofos: los que se agitan y los que tienen ideas. Y contra el primado de la matematización de la física, afirmaba su complementariedad necesaria en toda investigación de la naturaleza. Esta complementariedad entre ellos, el razonamiento deductivo y la agitación del experimentador siguen siendo siempre —yo creo— necesarias para la interpretación de la naturaleza; y acabamos de aprender algo que no sabíamos: que los experimentadores que se debaten en medio de nuestras multitudes de hechos en bruto y tozudos, esos pastores de un rebaño dócil son quizás los verdaderos pensadores, los que cogitan, precisamente. En efecto, a pesar de la intrumentalización creciente, a pesar de los grandes aceleradores, de los equipamientos pesados cada vez más sofisticados, el investigador no puede contentarse con apoyar un botón para forzar a la naturaleza a responder a sus preguntas. Es necesario que se atormente para atormentar a la naturaleza, para obligarla a entregar su sentido, para exigirle que hable. La investigación científica, como todo trabajo, exige labor y pena, ejercicios y contorsiones para adquirir la destreza, la habilidad de las manipulaciones de las cifras, de partículas, de células, qué se yo aún. Poniendo de esta manera el acento sobre los hábitos, sobre esos saberes-hacer incorporados, sobre el vistazo, la ejecución con soltura del experimentador, Michel Serres muestra una dimensión no verbal y sin embargo esencial a la práctica de la investigación científica. Hay una gestual en todo saber científico. Ese saber tácito, que está implicado en la menor empresa de investigación no se enseña ni por los libros, por los programas de computación, ni en los CD-ROM. Presupone un aprendizaje en el terreno, en el contacto con el otro, presupone un hacer y una imitación del otro. Si se describiera la formación del espíritu científico y del cuerpo, no se dejaría describir en términos de obstáculos por superar, ni de ruptura, sino en términos de largos y pacientes ejercicios para preparar los exámenes de bachillerato, y de entrenamiento, repeticiones mecánicas de gestos manuales e intelectuales. La formación del cuerpo científico no es seguramente un despojamiento, una catarsis, sino que es una prueba de endurecimiento que exige experiencia y testarudez, como el manejo del torno del alfarero o la preparación deportiva. En resumen, la ciencia —como toda actividad de creación— es irreductiblemente artesanal. Y yo creo que a causa de esta dimensión, a causa de este artista —en el sentido del siglo XVIII— que habita en todo científico, la ciencia mantiene siempre, de hecho, un doble lenguaje: popular y sabio. Ella tiene —como decía Gabriel Venel de la Química en la Encyclopédie, en su cuerpo la doble lengua, la popular y la científica. El empirismo, en el sentido de experiencia vivida, yace irreductiblemente en la punta de todo racionalismo. De este modo las relaciones entre lo científico y lo popular se confunden totalmente. Por un lado, los científicos más sabios, en la punta avanzada de la investigación, están encerrados en su estrecha especialidad, ignorantes de playas enteras de saber. Por el otro lado, cada uno de nosotros —en la masa de los ignorantes— hemos tenido la experiencia de estos aprendizajes costosos y difíciles, y por ello hemos adquirido una forma de habilidad. Esto no significa, sin duda, que todos los saberes y saber-haceres sean equivalentes, pero me parece que no está mal empujar violentamente todavía y siempre las distinciones demasiado bien ancladas en nuestros sesos, y los abismos sociales que ellas perpetúan, pues me parece que implican un doble desconocimiento. Ante todo, un no-reconocimiento de los saberes populares y de su legitimidad, y por otra parte, un desconocimiento de la ciencia misma, actividad polimorfa y actividad políglota al mismo tiempo. Muchas gracias.

Respuesta de Michel Serres:

Veo que es la 1 y 5 de la tarde y que hay una decena de nuestros amiguitos que tienen 7 años, y que deben tener a la vez mucha hambre y estar tristes por escucharnos. Si hubiera sabido que iban a estar aquí, hubiera adaptado, hubiera encontrado un tercer lenguaje, el lenguaje de los niños. Es preciso pues no hacerlos esperar demasiado. Responderé, sí, rápidamente a Bernadette, agradeciéndole su intervención, y mientras esperamos las preguntas de los asistentes. Sí, creo verdaderamente que hay en la historia de Tales otra caja negra, es la del pozo mismo; y que los fabulistas y los que les hacen aprender de memoria a los niños de 7 a 8 años la fábula de Tales que cayó en el pozo, no han bajado a un pozo ellos mismos. Pues desde que se desciende a un pozo —lo que me ocurrió a mí en mi juventud— se encuentra que en el fondo se ven las estrellas a pleno día. Y sin embargo, se dice por todas partes que no había anteojo de larga vista para la astronomía antes de Galileo; vea pues: es suficiente con descender al fondo de un pozo para saberlo. Por supuesto, los profesores no están obligados a descender todos a los pozos, pero es en efecto un asunto a la vez de oficio, de lengua popular y de cuerpo. Y allí donde estoy de acuerdo con Bernadette, es que los que inventan y los que escriben no son intelectuales, eso no es verdad. Toda la experiencia muestra que no ha sido así. Son corporales, casi todos. Es el cuerpo el que escribe. Es el cuerpo el que tiene una intuición. Tener la idea de lo que puede ser su objeto, ya se trate de una galaxia o de un micrón, es siempre adaptar su cuerpo a un mimo o a una simulación determinada. Jacques Monod, al que conocí perfectamente, me decía: “Me enfermé de los riñones durante tres años porque me había vuelto el ADN”, y eso era verdad. El cuerpo participa y el cuerpo es en gran parte el sujeto de la ciencia. Es necesario también no hablar demasiado porque —y quizás no lo sabéis— a mi me gustan mucho las etimologías; la palabra “baratin”* no viene como se lo cree de esa máquina que permite hacer mantequilla, es decir una “baratte”; para nada, es una etimología extremadamente sabia. La palabra baratin es una palabra científica que viene del griego “prateine” que quiere decir “hacer”. Echa pura cháchara el filósofo que dice: “sólo existe el cuerpo, sólo existe la práctica, sólo existe el pragmatismo”. Un filósofo pragmático no hace sino hablar, ya lo habéis notado. Se le pregunta incluso “por qué has venido a hablar puesto que no hablas sino del cuerpo”. Y es aquí donde interviene la ironía popular llamando a eso cháchara . La cháchara sublime es la de hablar del cuerpo pero no hacer sino discursos.

Historia de las ciencias, si, se puede también hablar de eso.

Me gustaría decir que desde hace 30 años que hago historia de las ciencias —o 35 años— nunca he estado más iluminado que cuando la he comparado con la historia de las religiones. Es decir, hay religiones muy organizadas que tienen una especie de burocracia, y luego al lado, están los místicos y los teólogos que a menudo son independientes de esta organización. Bien; bajo ciertos respectos, la ciencia es como esto, es decir que hay toda una organización a la vez de enseñanza, de investigación tecnológica, financiera, de laboratorio y de jerarquía; y después al lado, está los místicos, los que avanzan. Es decir que todo lo que estudia la sociología de las ciencias, es todo salvo la invención. La invención, de cierta manera, está ligada a esa cosa extraña que es el cuerpo particular del que lleva la ciencia en su vientre. Esto sería lo que le respondería a Bernadette agradeciéndole una vez más su intervención.

Julio 13 de 2007>




* Traduzco por “cháchara”, aunque soy conciente que esta palabra nuestra viene del italiano… (n. del t.)

La Agenais, una región que se sube a la cabeza Michel Serres

Llevando un apellido idéntico al de las colinas occitanas, Michel Serres [Miguel Sierras] es a la vez completamente agenés, filósofo e historiador de las ciencias y de los sentidos. Para «Expression», partió a la búsqueda de su región natal, perfumada de armañac y nutrida con una cocina encarnada por el mosquetero de Auch, André Daguin, y vuelta a inventar por un joven chef, Michel Trama que supo tocar sus papilas y su alma.

Exceptuando algunos cantones del Extremo Oriente, no se conoce lugar sobre la tierra en el que las mujeres y las chicas sean más bonitas, gentiles, finas, vivas, que los alrededores de Agen, sobre el Garona medio. Esta acumulación densa de refinamiento femenino sorprende y encanta a los raros turistas que se aventuran por allí, donde comienza España en Francia, como se dice que África comienza en los Pirineos. Diré de los varones que son más jactanciosos y perezosos: se les siente colmados por una tierra muelle, un clima ligero, un amor inmoderado por los juegos y las diversiones, por ese milagro (que cada generación renueva) de la relumbrante feminidad aquitana. ¡Que viajen y trabajen los que no tiene todo esto!

Se cita con gusto el momento propicio para su viaje hacia algún lugar: Abril a Portugal, la primavera japonesa o tunesina, el verano de los Indios para Quebec. Agenais no conoce estación dura, situado en medio del mundo templado: allí las semanas pasan suavemente. Uno recuerda inviernos sin calefacción, no se viven más que medias-estaciones sobre el Garona medio.

El otoño expresa su gloria por medio de las setas, las palomas torcaces y las ciruelas, entre otras. Es necesario caminar por las hileras de ciruelos de injerto, bajo el bombardeo de baloncitos azules. André Faure-Dère, viejo hermano, las recoge ahora con máquina y las hace cocer en el mercado-estación de Agen en gigantescos toneles. Se probará la ciruela por lo menos cinco veces: violeta, parma, fresca, fusible, como postre o al pie del árbol; medio cocida, café, casi seca pero carnuda, en el estado en el que entra al tarro del armañac por un año, cita con copita; ciruela pasa negra, antiguamente cocinada seis veces sobre esterillados de mimbre, en el horno de la granja, alimento dinámico del deportista, alpinista o maratonista, pequeño almacén concentrado de vitaminas para el marinero de largos recorridos, depósito o banca de energía sin inflación; en mermeladas, color siena carmíneo, para quienes amáis visitar en la cava por la tarde, en pequeños o grandes frascos, vuestras seguridades maternas; en la lata circular de ciruelas pasas rellenas, rojas, rosadas, verdes, según la almendra o la baya, regalo de aniversario o de fiesta, enviada a los huéspedes o a los enamorados... La pequeña Bretaña prepara el “pie” de ciruelas pasas mezclando la reina Eleonor y la isla Ceylan; la grande prefiere echarlas en el té. Agen viaja un poco por todas partes por medio de sus ciruelas.

Y cuando las flores de los frutales hacen levitar la llanura de rosa y blanco, la población vuelve a sus pequeñas migraciones estacionales por las ciudades vecinas. Ha llegado el momento de la fase eliminatoria. Pues en la ciudad de Agen tiene sede lo que se podría llamar la Academia francesa del rugby de quince. Allí se juega ese juego desde hace medio siglo y yo nací el año en el que el club local se volvía por primera vez campeón de Francia. Mis correligionarios, que han permanecido paganos desde la noche de los tiempos, veneran quince dioses variables, blanco y azul, color de cielo, en la lucha contra Biterrosos y Toulousanos, rojo y negro, color de infierno, según la estación y los rebotes caprichosos de la pelota. Desde el invierno hasta la primavera, ellos van a adorarlos, en el ruido y la furia, en el estadio, cada dos domingos en la tarde; y aunque emigrado desde hace más de treinta años, aún los adoro desde lejos por su elegancia y por su gusto en la valentía: el espectáculo les parece preferible a la victoria y la belleza a la dominación, sus adversarios confiesan que pueden vencerlos pero no imitarlos; por esta razón, loca y sabia, heredada, yo creo de los antiguos Galos, me gustaría escribir como ellos corren, saltan y marcan, brillantes, distinguidos, iba a decir aristocráticos. Aquí juega el clasicismo.

Pierrot, mi amigo, tu has alegrado el final de mi juventud. Pierre Lacroix, nacido capitán, capitán morirá. Hace tres siglos habría dirigido a golpes de baqueta la carga a campo raso de una brigada de mosqueteros, reencarnación del mariscal de Estradas, cuya casa aquí todavía se encuentra en pie. Hace veinticinco años - ¡ya hace un cuarto de siglo! - entrenaba tropas en pantalones cortos hacia la victoria en las finales o en los torneos en Francia o en las tierras australes. La llama que se vio brillar en ese estadio de Agen y que después se ha vuelto a ver, bella, nunca había chasqueado tan alto ni tan incandescente. El ritmo, claro y sostenido, el orden inteligente, la agudeza incisiva, la aceleración minuciosa, y por encima de todo, la enciclopedia del rugby; Agen vio de todo por esa época, hojeando el domingo la revista de todos los escenarios posibles, dictada por el mandamás del juego. ¿Su secreto? Lo serio, la aplicación, esta idea fuerte y modesta de que no es necesario tener en cuenta el talento, ese añadido caprichoso, que uno debe trabajar sus mejores golpes completamente como si no se les tuviese confianza. Lacroix, pedagogo, aclimataba el genio. Pierrot, mi amigo, nunca sabrás hasta qué punto me has enseñado la sana moral artesanal. Su retirada de guía hizo de él un apasionado del tenis y después del golf: le encontraréis en alguna altura verde cerca de Agen, con su mujer Nicole, o en su almacén de artículos deportivos. En el país de Gales, se visitan las estatuas de los viejos grandes jugadores: ¿qué escultor modelará un grupo por el estilo de «los Burgueses de Caen» con Basquet, Lacroix, Mazas, Sella y Dubroca, los que venidos del Mediodía, desataron la cuerda del cuello de las gentes del Norte, acosados antiguamente por los de chaqueta y por los delanteros de Inglaterra?

Las ciudades sin río no tienen alma. Agen recibe la suya de las turbulencias del Garona y pierde la primera cuando olvida las otras. Catastróficamente, cuatro veces por siglo, una inundación gigante le recuerda su bautismo que de ahora en adelante no apadrinan sino muy raros marineros actualmente menospreciados. Sin embargo la ciudad nació antiguamente de un estrangulamiento: el Garona viene aquí a toparse con un pie de la colina Sur de su lecho mayor. Todo se bloquea. Son necesarios pues barcos, barqueros o puentecillos, y el resto se sigue de ahí, es decir la historia. Cada gran proyecto de trabajos públicos reencuentra esas fundaciones. Al quedar detenido el canal lateral por el mismo obstáculo se debió construir la obra de arte, el puente que lleva la vía de agua por encima del río. Agen ve correr en cruz, el agua sobre el agua: vocación multiplicada de marinero o de marino, ahora perdida, antiguamente viva.

Aunque aquí corre del Sur hacia el Norte, el Garona corre del Este hacia el Oeste, y esta cruz constituye la ciudad, cabeza hacia Bergerac y la Dordoña, los pies en Auch, Pau y los Pirineos, tendiendo sus brazos hacia Toulouse y Burdeos, en la dirección de los dos mares. Ahora bien, esas corrientes no pasan. La tierra no conoce ciudades más extrañas que el puerto de mar y la ciudad rosa, el uno inglés y la otra española, ignorándose como la tierra y el agua. Agen no liga nada puesto que nada se intercambia entre campesinos y marinos, Bretaña y Grecia lo saben. Agen-isla yace sobre la frontera en donde un remo llevado a la espalda comienza a ser tomado por una pala para granos. Así mismo el Quercy y la Guyenne ignoran la Gascoña y recíprocamente, y yo sé algo de eso por proceder de la una y de la otra: ¡qué tempestades en torno a la mesa en dos lenguas de oc! El museo de Agen, en medio de esta isla, expone obras venidas de lejos, Goya, Courbet, Hubert Robert, salidos de España o del Jura, más Norte, más Sur.

Allí reinan Daguin padre e hijo, el primero de alta estatura, de verbo sin miramientos y gentil como se dice gentilhombre; el otro con bigotes afilados como puntas de dagas. Dos palabras sobre estos dos condes de Gascuña con dos estrellas cuyas puertas dan sobre la catedral de Auch, notable por sus sillas del coro y sobre todo por los vitrales donde la sibila y la pitia, brujas paganas, se mezclan con los ángeles y las vírgenes - ¡qué mensaje amable de tolerancia es esta lección de cohabitación! -.

Aquí se sentaría a la mesa d'Artagnan mismo a gusto con nosotros, después de bajar de su pedestal y de subir para cenar por la escalera monumental, espada bajo la capa, riendo, encantado de ver la tradición de los Armañac perpetuarse con tanto rigor feliz. Balzac diría, si volviera por los mismos escalones, que los Daguin son a Gers lo que los Barones del Guénic eran a Guérande: la esencia misma de su región.

Pues bien, el “foi grasse”, el flacucho*, el encurtido, las garbías (no leáis lo que escribe sobre ellas, en Le Capitaine Fracane el tarbeño Théophile Gauthier), el adobo, la sopa de pato, las mollejas, alinean las siete virtudes capitales de la carta, las de la glotonería. El chef las modela y sabe hacerlas variar como un compositor trabaja un tema: por ejemplo muchas tajadas de hígado que forman estrella en el plato, se siguen en orden, aquella con trufa, la otra con tomate... no las probéis en un orden diferente, da menos gusto. Nunca he podido dejar de pasar por las lentejas o las habichuelas de Tarbes, ni de terminar con las ciruelas pasas al armañac: asunto de atavismo. Mi vecina ha preferido la farándula de la repostería, sublime, que se puede escoger o con ciruelas o con chocolate. Placer de volverse a encontrar en la propia casa, en este mundo que las grandes ciudades olvidan y que reunía en torno a los mismos gestos y a idénticos gustos al cultivador y al duque, diferentes y gemelos por la tierra.

Después se puede dormir allí, amablemente, en el primer piso o en las sillas del coro.

Al Norte, duque de Guyenne y de Quercy, reina Michel Trama. Su palacio se llama la Aubergade y la capital es Puymirol.

En las alturas de esa casa-quinta, saliendo de cenar una bella tarde de invierno o de verano, procuraos sextante o anteojo de larga vista, no para buscar el Norte, sino para ser los primeros en anunciar la llegada aquí de la tercera estrella, la de los reyes y la de las mesas que hacen que valga la pena el viaje. Muchos lo han emprendido ya, y desde muy lejos. Soy bastante goloso ¡ay! y bastante conocedor ¡ay, otra vez! puesto que un tal conocimiento exige edad para saber a ciencia cierta que ninguna mesa en París vale lo que vale ésta donde todo converge hacia la perfección: el enraizamiento en los productos de la región, la variedad, el genio inventivo, la seriedad en la confección, y el estilo que hace al hombre. El menú da ya el tono, donde el pintor parece volver a tomar la página fresca de Rousseau donde la boca de la pequeña marquesa devora las cerezas o gordales que caen de las ramas una mañana de mayo. Entrad: este es el jardín, la estancia castellana, los exquisitos salones, la acogida simple y refinada.

Michel Tramas inventa aquí una síntesis entre la nueva cocina y la antigua, de la tradicional e incluso campesina con otra, futurista e inesperada. Trufa, pato, bacalao, ajo y cebolla de nuestros ancestros permanecen en nuestro plato, tan sólidos como en otros tiempos, pero una mano los cambia como el alquimista transformaba antiguamente el plomo en oro: el pato se sirve con bacalao a la provenzal y la trufa se degusta con caldo de ave; ¿os gusta la piel de ave bien frita? Os deleitaréis más bien con la de pescado en finas láminas, admirable. El chef cruza las variedades como un buen jardinero inventa las especies, multiplica el bogavante por medio de la transparente lasaña, a través de la cual se dibuja el perejil.

El genio no existe sin ese gramo de locura que abre de repente un horizonte nuevo. Las milhojas y el pastel de hojaldre de almendras y chocolate transparentes, aéreas, arcangélicas, aseguran a la mesa uno de los primeros lugares en Francia. En la sonrisa de Maryse Trama, y en el ojo pícaro de Michel, se lee el dominio y el entusiasmo, el gusto y la seguridad, la intuición y la voluntad. Llegados lejos, se les siente aún apresurados por superarse. ¿Hasta dónde van a subir? ¿Campeones de Francia, también ellos?

Habéis comprendido lo que yo admiro: subid pues a ver, a admirar a Puymirol.

Tr. por L. A. Paláu C. para el Seminario «de la Filosofía de la comunicación a la filosofía de los cuerpos mezclados». Medellín, agosto de 1992.



* Nombre exacto del «magret» en el Agenais (N. de la R.)

Michel Serres. “La lengua avanza como un glaciar”. Entrevista Franςoise Ploquin. Revista Le franςais dan le monde. Nº 333, 2004.

Franςoise Ploquin. ¿No encuentra usted sorprendente que los franceses, pueblo monolingüe, se hagan los campeones de la diversidad lingüística?

Michel Serres. Los franceses son menos monolingües de lo que lo creían los parisinos. Una buena estadística de principios del siglo XX muestra que en la época, menos de la mitad de los franceses hablaban francés. Ellos se expresaban en picardo, bretón, alsaciano, gascón o vasco. Los generales de la guerra de 1914 habían clasificado los campesinos franceses por divisiones, es decir por región, para que ellos pudieran comprenderse. Estas hablas regionales están en decadencia, pero muchas expresiones locales subsisten. Yo soy gascón de origen: existen al menos diez verbos y cincuenta palabras que utilizo a veces por descuido, con gran asombro de mis interlocutores. Existen aún rasgos de diversidad regional en el francés. Pero dejo a los especialistas de esta cuestión el trabajo de hablar de ello. Existen igualmente muchos investigadores que se interesan por los aspectos socio-culturales de la lengua. Uno encuentra muchos lingüistas en los suburbios mientras que se les ve extremadamente poco en los laboratorios científicos...

Sin embargo, la diversidad que me interesa actualmente toca los usos profesionales. Hay muchas lenguas en una lengua, lenguas relativas a los oficios, lenguas de especialidades: existe un francés comercial, un frances administrativo, un francés científico, o más aún, un francés de la biología, de la química, de la Historia Natural, de las matemáticas, de la física nuclear.... un francés de los músicos, de los bailarines... Las categorías socio-profesionales hablan idiolectos diferentes. Un numero impresionante de oficios que existían hace cincuenta años han desaparecido hoy, entrañando una aceleración importante del vocabulario de las profesiones.

Mi padre, que era marinero sobre el Garona, utilizaba una cantidad de términos relativos al trabajo sobre el agua, que han desaparecido hoy. Este fenómeno me preocupa mucho. Voy a tomar una imagen para explicarme.

En el avance de los glaciares, existen partes que van más rápido que otras. La lengua avanza de la misma manera sobre muchos frentes y de forma irregular. Ciertas especialidades son más rápidas que otras. El hablar científico evoluciona extremadamente rápido con relación a otros oficios donde la estabilidad es más fuerte. Ahora bien, ocurre que precisamente ahí donde el francés evoluciona más rápido, es decir en los idiolectos científicos, comerciales, financieros, está dominado por la lengua inglesa.

Cuando veo a los productores de cine no traducir los títulos ingleses, a los publicistas preferir el empleo del inglés, cuando estos son justamente los dominios donde la transformación del vocabulario es más rápida, temo que sacrifiquemos ahí algo importante. El historiador de las ciencias que soy se lamenta de repente que el corpus del francés científico, que es de una riqueza prodigiosa desde hace cuatro o cinco siglos, sea clausurado. En estos sectores extremadamente vivos, los miembros del organismo lengua francesa sufren necrosis.


F. Ploquin: ¿Se puede modificar esta tendencia?

M. Serres: Se podría persuadir a los publicistas de ser menos snobs, menos colaboradores en el sentido que esta palabra tenía durante la ocupación nazi, convencer a los deportistas de tener entrenadores más bien que Coachs. Solicitar la misma cosa a los científicos es ya más difícil. Yo estoy un poco en equilibrio entre la aceptación de una lengua de comunicación y el empleo del francés. La ciencia siempre ha tenido mundialmente una lengua de comunicación. Eso fue el griego en los alrededores del mediterráneo, luego el latín, enseguida el árabe, luego de nuevo el latín, después el francés durante tres siglos; hoy lo es el inglés, mañana lo será quizás el español o el urdu. Todo depende de la manera en que se orientará la investigación científica. Le estoy reconociendo, a propósito, a nuestros amigos de Québec haber lanzado la palabra Courriel para evitar e-mail. Yo me batí en la Academia francesa para tratar de imponerla y tengo la impresión que Courriel esta empezando a ganar la partida...

F. Ploquin: En la lengua, ¿la diversidad toca solamente el vocabulario?

M. Serres. El genio de la lengua francesa no se aloja exclusivamente en las palabras. La lengua inglesa inventa gustosa palabras nuevas que transforma rápido en verbos. El francés es vacilante en la creación de neologismos. La unidad semántica de la lengua francesa no esta en la palabra sino en el giro, en el segmento de frase. Los alemanes crean gustosos palabras nuevas que solo para ellos, son proposiciones. Por aglutinación ellos crean una palabra nueva, como en inglés, pero ésta no es una proposición, como en francés. Lo que es importante en el fondo en francés, es la sintaxis.

F. Ploquin: Es ser realista recomendar el plurilinguismo de manera absoluta?

M. Serres: El plurilinguismo a ultranza es insostenible. La debilidad inicial de los países de África negra es tener un mosaico de lenguas, lo que ha favorecido la implantación del conquistador, pues no podía haber allí otra lengua común que la del invasor. En la oposición de lo uno y de lo diverso, estar radicalmente por lo uno es una estupidez por imperialismo, y estar radicalmente por lo diverso es una estupidez por imposibilidad. Traducir todas las lenguas en todos los idiomas, como se pretende hacerlo en Europa, crea una relación exponencial impracticable. Acentuar la diversidad hasta el extremo, es una política insostenible y mortal. Habría mejor que decidirse a que se limite a cuatro o cinco lenguas, o aún invitar a practicar la ínter-comprensión. Cuando yo era profesor en el departamento de lenguas romances de la Universidad John Hopkins de Baltimore, nos ejercitábamos frecuentemente en hablar cada uno nuestra lengua comprendiéndonos mutuamente.

F. Ploquin: Su conocimiento del latín le es muy útil...


M. Serres: Sí, y el abandono del aprendizaje del latín y del griego va a precipitar la muerte del corpus científico que era en raíces greco-latinas y que será en raíces inglesas. Se ha descubierto, hace diez años, la señal que permite a las celulas suicidarse (si ellas no se suicidan, eso se llama el cáncer). Los tres profesores americanos que han descubierto este fenómeno fueron a visitar al profesor de griego. Desde entonces se llama a este fenómeno la Apoptose (“la caída de las hojas”, en griego).

Asistí, a fines de la guerra, a una discusión formidable entre científicos de la Escuela Normal Superior que acababan de traer de los Estados Unidos el Computador. Era claro que no se podía traducir esta palabra por “compteur” [contador], puesto que existían ya contadores a gas y contadores eléctricos. Esto ocurría en el transcurso de una comida en la cual participaban por azar sus colegas literarios latinistas. Un especialista de latín medieval hizo de un golpe notar que las cualidades de esta nueva maquina se parecían fuertemente a lo que Santo Thomas de Aquino decía del entendimiento de Dios, que él llamaba deus ordinator. La palabra Ordenador había nacido. Es por el latín y el griego que las lenguas luchan contra el inglés actualmente. Matemática, Teorema, estas palabras vienen directamente del griego y son universalmente empleadas. El mundo moderno es científico y, por esto, habla una lengua heredada del greco-latín. ¿Cuál hablará mañana?

F. Ploquin: ¿Y si hablamos de los docentes? ¿Le parece que los profesores estan a gusto en el mundo moderno?


M. Serres: Yo me he ocupado mucho de las nuevas tecnologías y puedo decirle que muchas de las profesiones modernas, los políticos, los periodistas, los P-DG, están lejos, muy atrás de los profesores en el conocimiento de estas técnicas. Los profesores tienen por lo demás un avance extraordinario sobre la historia, por que ellos estan constantemente en comunicación con los jóvenes. El resto de la población vive entre adultos y viejos y en un medio que retarda de manera abominable. Regularmente los periodistas y los políticos descubren fenómenos que los profesores conocen desde hace más de diez años.

F. Ploquin: Y la escuela, ¿está ella acorde con su tiempo?


M. Serres: Yo espero mejor que no… ¡La actualidad es la repetición! Es el aburrimiento absoluto repetido al mismo tiempo por todos los diarios y por todas las cadenas de televisión, y esto desde la fundación del mundo. ¿Quién mato a quién? ¿Fue Caín quien mato a Abel?, esta es una noticia que tiene millones de años de edad. Por el contrario, nosotros, en la enseñanza, decimos lo nuevo todo el tiempo. Es por esto que la idea de adaptar la escuela a la sociedad es una catástrofe. La sociedad actual esta a tal punto triste, normada, formateada, aburridora, que la perspectiva de adaptar los espiritus jóvenes, creadores, inteligentes, rápidos, ágiles, vivos, a esta especie de hormigonado de las conciencias y de las inteligencias es un proyecto mortal. Sería urgente adaptar la sociedad a la escuela para que ella respete el saber y la belleza.

Traducido por Roman Aguiar Montaño. Historiador. Universidad Nacional de Colombia. Sede-Medellín, Febrero 19 de 2005.

Entrevista Michel Serres - Revista Projet n° 274, Junio 2003.

Proyecto.- Una reflexión sobre las ciencias atraviesa toda su obra. Ud. comenzó por hacer estudios científicos. ¿Cómo fue que pasó de la Escuela naval a la filosofía?

Michel Serres – No crea Ud. que las cuestiones concernientes a la ética de la ciencia sean nuevas. Tomemos un ejemplo: al día siguiente de Hiroshima, cuando la física produjo el arma de destrucción masiva, toda mi generación se interrogó sobre la ética de la ciencia. Muchos físicos se volvieron biólogos a causa de la bomba atómica. Este acontecimiento repercutió en el campo de investigación de toda una generación. En cuanto a mí, que había comenzado a trabajar en el campo de las matemáticas y de la física teórica, este contragolpe hizo de mí un filósofo. Soy un hijo de Hiroshima.

Ciertamente, yo sólo tenía quince años en el momento de la explosión de la bomba. Pero mis profesores habían encajado el golpe y me habían influido. Una vez entré a la Escuela naval descubrí la violencia del arma científica. Renuncié para reorientar mis estudios. Había en mi proceder como una forma de objeción de conciencia.

Proyecto: ¿Por qué haber escogido Leibniz como primer objeto de sus investigaciones filosóficas?

Michel Serres – Esta escogencia fue en parte circunstancial, pero no totalmente. Fui testigo de esa revolución que representó la partición entre matemáticas modernas y matemáticas clásicas; ella implicaba un verdadero debate sobre las cuestiones del conocimiento. Leibniz, matemático alemán y filósofo de lengua francesa, había sido el primer contemporáneo de una tal revolución científica. Me hice filósofo a causa de una revolución moral, y mi primer trabajo se dedicó a una revolución científica, las dos implicando una filosofía. Estas son pues razones a la vez contemporáneas y absolutamente esenciales al problema del conocimiento.

Projet – Ud. emprendió entonces una carrera clásica de enseñante y de investigador. ¿Cómo se cruza el itinerario filosófico personal y el transcurso de una carrera universitaria, en Francia y en los Estados Unidos?

Michel Serres – Un universitario se sitúa en ese doble movimiento de la enseñanza y de la búsqueda personal. Estaba personalmente orientado hacia la filosofía de las ciencias y mi trabajo consistió en reflexionar sobre ellas.

Esta investigación se ha prolongado sobre todo por razones circunstanciales en los Estados Unidos: cuando Ud. publica, ¡lo invitan! Pero es necesario decir también que estaba movido por una ambición enciclopédica, en el sentido clásico del término. Quería conocerlo todo y tenía ganas de enseñar tanto en la India, el Japón, en África y en las Américas. Mi oficio, como los otros, sufren el efecto de la mundialización. Por lo demás, hoy, un docente que no haya tenido la experiencia de otros países ¿puede enseñar bien? Incluso en la Sorbona, nuestros estudiantes representan muchas nacionalidades reunidas en una misma sala. De la misma manera que un filósofo debe tener luces sobre la enciclopedia, debe tenerlas sobre los hombres y las culturas.

Projet – Muy rápido, sus publicaciones han puesto el acento sobre la importancia del “viaje” entre universos científicos.

Michel Serres – Esta relación estaba en efecto en el centro de mis preocupaciones. En los años 60-70 se produjo un número considerable de cambios. En particular, en un medio preocupado únicamente por la producción —con los marxistas por un lado, y los economistas liberales por el otro, sólo la producción ocupaba la cabeza—, yo dije desde 1961 que la comunicación iba a volverse la espina dorsal del mundo de mañana; esto dio lugar a cinco libros intitulados Hermes. Ahora bien, este cambio fundamental era perceptible sobre todo por los que estaban centrados en las ciencias. En esa época, las ciencias humanas en pleno arranque se distanciaban de las ciencias dura. El mundo se transformaba debido a los resultados de las ciencias duras. Traté pues de llevar la filosofía a ese terreno. Pero la contradicción permanece: los filósofos privilegiados por los mass-media ponen siempre el acento en las ciencias humanas.

Las transformaciones más grandes, concernientes a la vida, la muerte, el tiempo, la reproducción…, resultan de los trabajos de las ciencias fundamentales (de la biología, en particular) y no de las ciencias humanas. Éstas fotografían el mundo en vez de estudiar las causas de los fenómenos. Mi gran preocupación —durante medio siglo, yo fui el único en hacerlo— ha sido la de anudar las ciencias fundamentales y las ciencias humanas. Piénsese por ejemplo en la teoría del compromiso de Jean-Paul Sartre; ahora vemos sus consecuencias. Los filósofos se han comprometido durante muchos decenios y han “fracasado” con lo contemporáneo. ¿Por qué? ¡Porque descuidaban las evoluciones más profundas! Ningún filósofo de esos años se ha dado cuenta, como lo hice en Hominescencia, del acontecimiento más importante del siglo XX, que representó el fin de la agricultura; echó por tierra nuestra relación con el mundo, con la familia y con las religiones, con el entorno, etc. Es una rotura tan importante como la de fines del neolítico; pasamos de un 60% de agricultores a un 4% en la actualidad.

Por esto me obstino en querer reconciliar naturaleza y cultura. Pongamos un ejemplo al respecto: los que hablan de clonación desde hace algunos meses en los periódicos sólo tratan del asunto superficialmente, y desde que el efecto de anuncio de tal o cual secta pasa, ¡ya no se habla más! Las placas profundas deberían interesar a los filósofos, pues son la causa de los volcanes y de los temblores de tierra.

Es la soldadura entre ciencias la que me permite redefinir, en mi última obra El Incandescente, la naturaleza y la vida. Y para lograrla, mi trabajo se nutre de diálogos. Creo poder decir que discuto mil veces con un científico por una sola vez con un filósofo. Según los períodos, trabajé más sobre las matemáticas, o la física, y desde hace siete u ocho años en bioquímica.

Projet – ¿No es una apuesta? Científicos y filósofos, hoy, cavan cada uno su surco. El largo término y lo cotidiano pueden excluirse o velarse recíprocamente.

Michel Serres – El diálogo siempre ha sido penoso. La dimensión enciclopédica es por tanto una de las constantes de la historia de la filosofía. Nunca ha faltado, de Platón y Aristóteles a Valéry, pasando por Leibniz y Bergson, Hegel y Auguste Comte. Pero en efecto, esta tradición esencial es difícil de mantener. Para ser filósofo de lo contemporáneo, pienso que es necesaria una sólida formación en el dominio científico.

¿Quién niega que las ciencias humanas deban acogerse en un tal proyecto? Pero si se ignora las ciencias duras, se dice cualquier cosa: ¡Ud. no imagina cuántas estupideces he escuchado a propósito de las OGM!

Projet – Otra línea de fuerza de su “viaje” es la del diálogo entre los universos culturales. Sus referencias son las de mundos diferentes.

Michel Serres – Un filósofo debe hacer tres viajes: el primero es el viaje enciclopédico, el segundo es el mundial (un filósofo que no hubiera vista los océanos, los polos y el ecuador, ¡ignoraría el mundo!). El tercer viaje es el que se hace entre los hombres… Este tercer viaje es doble: es necesario tener amigos por todas partes, dialogar con todos, y es menester viajar por las diversas clases sociales. A mi manera de ver, se ve mejor la sociedad desde abajo que de arriba (de arriba, ¡sólo se ven cráneos!). Personalmente, soy de origen modesto, popular, y he viajado mucho entre los hombres. Pero no se trata solamente de encontrar al otro en ese viaje, se trata sobre todo de saber…

Projet – Precisamente. Hay interferencias, cruces entre los tipos de saberes, distintos del trabajo científico. ¿Puede explicarnos por qué, por ejemplo, Ud. participó en la universidad del cuarto mundo o en las redes de intercambio de los saberes?

Michel Serres – ¡Sólo nos salvamos por el saber, inversión mucho más segura que la cuenta bancaria! Para una persona, una clase social, una familia o una nación, el porvenir es la sociedad del conocimiento. Trabajo con ATD porque su universidad no transmite un saber sino que lo elabora con los interesados. Estuve mucho tiempo en Francia en “Monsieur Enseignement à distance 1”. Actualmente, las nuevas posibilidades, como la Internet, autorizan una repartición, una participación activa del alumno en la enseñanza ofrecida.

El saber es el intercambio, y esto me apasiona. En este espíritu, trabajé también con los profesores de gimnasia, cuyo papel es demasiado despreciado, mientras que es esencial para permitir a los jóvenes conservar un equilibrio de vida. El libro que escribí sobre el cuerpo ¡está dedicado a los profesores de educación física!

Para ilustrar esta importancia de la repartición de los saberes, me gusta recordar esa pequeña lección de economía. Si tengo un pan, y Ud. mil pesos, y procedemos a una transacción, al final Ud. tendrá un pan y yo los mil pesos. Se trata de un juego de suma nula; nada nuevo resulta de este intercambio. Pero en el del saber, en la enseñanza, el juego no es de suma nula puesto que el intercambio aprovecha a muchos; si conoces un teorema y si me lo enseñas, al final del intercambio, los dos lo tenemos. Hay en el intercambio de saberes no un equilibrio sino un crecimiento formidable que la economía no conoce. Los enseñantes son titulares de un tesoro increíble —el saber— que prolifera y que es el tesoro de la humanidad.

Projet – En sus obras, el sitio dejado al saber es central. Pero, al mismo tiempo, la dimensión pedagógica y humana es también importante. ¿Hay un proyecto universal de repartición del saber que habría que poner en funcionamiento concretamente?

Michel Serres – Ya presenté ante la UNESCO y en África del Sur un proyecto de repartición universal de los saberes. Por lo demás se lo había propuesto a la universidad de la UNESCO, pero el proyecto fracasó. ¡Ay, no todos los sueños se realizan! La idea de un saber común, muy reciente, me interesa mucho. Hace apenas quince años sabemos que descendemos todos de un pequeño grupo de emigrados de África del Este, y que por tanto somos todos primos en el mundo. Enseñar esto a todos los hombres me parece mucho más importante que enseñarles la guerra de Troya o la gran muralla China que son símbolos de nuestras oposiciones. Y si nuestros niños ya no aprenden la guerra de Troya en el colegio, aprenden la segunda guerra mundial que la misma pesadilla que la guerra de Troya. Insisto sobre este fenómeno muy importante pues, cuando hablamos de historia, olvidamos que tras ella está la antropología. Este proyecto se encuentra al final del libro, el Incandescente.

Projet – Hay todavía dos campos que no hemos abordado en este diálogo: ante todo el del derecho.

Michel Serres – Hace alrededor de veinte años, en el G7, el Primer ministro japonés solicitó que se creara un comité de ética mundial que debía reagrupar tres delegados de cada país miembro. Yo era uno de los tres representantes franceses (un científico, un médico y un filósofo). Nos reunimos tres veces, sin lograr incluso definir términos que convinieran a las diversas culturas presentes. En efecto, ninguno de los países miembros del G7 de entonces tenía la misma visión del mundo y la misma moral. ¡Fue un grandioso fracaso!

Personalmente, mortificado por tener que aceptar un tal fracaso, saqué la conclusión de que quizás el derecho podía sacarnos de él en este dominio. Dejé mi maleta y volví a los estudios, para hacer derecho. Ello condujo a un libro de filosofía del derecho, El contrato natural, en el cual busque de nuevo reconciliar naturaleza y cultura. Entre los griegos el único sujeto de derecho era el ciudadano macho, adulto rico y propietario… En la actualidad, incluso el embrión puede ser sujeto de derechos. Me aventuré a proponer —lo que era atrevido— que el sujeto de derecho no era forzosamente consciente y que por tanto la naturaleza podía convertirse en sujeto de derecho; nadie me entendió, me aplastó el menosprecio de todos los filósofos, pero ahora se comienza a creer en ello. Incluso en los Estados Unidos, se conoce un proceso de un parque contra los que lo usan.

Projet – El segundo campo del que no hemos hablado es el de la moral.

Michel Serres – Al comienzo fue la moral la que me llevó a la filosofía. Pero no soy un moralista y no me gusta mucho la filosofía moral. Tengo un secreto que voy a contarle. Como no soy ni un sabio, ni un santo, mi tratado de moral consiste en un libro en el que cuento historias: Nouvelles du monde.

Projet - ¡Pero Ud. enfrenta en sus libros al menos el problema del hombre que sufre!

Michel Serres – Por supuesto; hay una moral de la ciencia. Pero hay también un ataque de las cuestiones morales con una racionalidad sólida; por ejemplo, la ley de los grandes números: estamos aplastados en la actualidad por las denuncias de todo tipo que no tienen en cuenta esta ley. El mal está por completo ligado al gran número; cuando hacemos omelettes, el porcentaje de huevos que se nos quiebran aumenta con el número de los que transportamos del refrigerador a la cacerola. Las compañías de seguros funcionan según este mismo razonamiento.

¿Qué hacer? Trabajar para que este porcentaje de aparición del mal se vuelva lo más pequeño posible, bien conscientes de que es incompresible. El “cero defectos” es una idea irracional y absurda, y sin duda publicitaria. Es necesario “actuar con” el mal. Dicho de otra manera, si multiplicáis los lavados para purgar vuestro cuerpo de todas las bacterias, se va a volver axeno y todas las bacterias del mundo van a darse cita en ti mañana por la mañana, pues será un formidable pozo de atracciones. ¡También es peligroso querer evitar el mal!

Projet – Puede que su respuesta sea satisfactoria con respecto al mal al cual se debe hacerle frente en el exterior, ¿pero qué decir del mal que está en nosotros?

Michel Serres – Mi último libro se llama El incandescente. Hay muchas razones para ello, entre otras que debo quemar en mí el mal que nunca me abandona. Hay otra solución, que llamo la solución del queso. Tomad la podredumbre, las bacterias, sembrad con ellas la leche, y con el mal ¡fabricaréis el bien, para no hablar de algo realmente delicioso!

Projet - ¿Qué lugar le da Ud. hoy al filósofo y al experto en los debates de sociedad? Bruno Latour afirmaba, en un reciente dossier de Proyecto sobre la decisión pública, que la sociedad por entero se vuelve un laboratorio… ¿Es un experto el filósofo mismo?

Michel Serres – El juego ha cambiado mucho en los últimos quince años. La experticia está repartida y la cantidad de gentes pueden ser consideradas como expertos en algo se ha vuelto muy importante.


Pero también es preciso preguntarse que es un experto. Si tomamos el ejemplo del alpinismo, debemos preguntarnos quién es el más experto en montaña, el que asciende 62 veces al Monte Blanco o el reportero que se deja depositar en helicóptero sin mérito en todas las más altas cumbres de los Andes, de las Rocosas, de los Alpes y del Himalaya; su conocimiento tiene algún valor. De la misma manera nos podemos preguntar también a propósito del agricultor de Lot-y-Garona que aprendió mucho por experiencia sobre el cultivo de las frutas, o del biólogo de Monsanto experto en OGM . Hay pues un juego de muchos, y una red densa que liga al periodista, el científico, el filósofo, el político, el jurista, el administrador… y el elector. Todos y cada uno aprenden acá la experticia. Por medio de esta juego complejo, en el que nos podemos perder, la sociedad se transforma en una democracia de la experticia. Como este juego es central, las cuestiones son portadoras de gloria, por tanto muy peligrosas.


Para terminar, le cuento ¡una historia en forma de lección moral! En griego, la palabra aletheia (la verdad) venía del nombre del río del olvido (el Leteo) que se atravesaba después de la muerte. ¿Por qué esta palabra? Porque un genio llamado Homero hizo volver del mas allá a algunos héroes (Aquiles, Ulises) que no fueron pues olvidados sino que conocieron la gloria después de la muerte. La palabra quería pues decir la gloria antes de designar la verdad. Esto implicó un tropel formidable que duró cinco siglos en los que los filósofos y los físicos trataron de dar a la palabra aletheia el sentido que tiene hoy, es decir la conformidad con el hecho y no la gloria social. Y hoy, este es el envite: la gloria social se vuelve, como antaño, el adversario de la verdad. Y el dominio de la comunicación es un lugar de gloria más que un sitio de verdad; es un peligro arcaico, una amenaza grave para nuestra sociedad.

Traducido por L. A. Paláu. Instituto de filosofía. Medellín, noviembre 15 de 2007.