lunes, 12 de mayo de 2008

Entrevista Michel Serres - Revista Projet n° 274, Junio 2003.

Proyecto.- Una reflexión sobre las ciencias atraviesa toda su obra. Ud. comenzó por hacer estudios científicos. ¿Cómo fue que pasó de la Escuela naval a la filosofía?

Michel Serres – No crea Ud. que las cuestiones concernientes a la ética de la ciencia sean nuevas. Tomemos un ejemplo: al día siguiente de Hiroshima, cuando la física produjo el arma de destrucción masiva, toda mi generación se interrogó sobre la ética de la ciencia. Muchos físicos se volvieron biólogos a causa de la bomba atómica. Este acontecimiento repercutió en el campo de investigación de toda una generación. En cuanto a mí, que había comenzado a trabajar en el campo de las matemáticas y de la física teórica, este contragolpe hizo de mí un filósofo. Soy un hijo de Hiroshima.

Ciertamente, yo sólo tenía quince años en el momento de la explosión de la bomba. Pero mis profesores habían encajado el golpe y me habían influido. Una vez entré a la Escuela naval descubrí la violencia del arma científica. Renuncié para reorientar mis estudios. Había en mi proceder como una forma de objeción de conciencia.

Proyecto: ¿Por qué haber escogido Leibniz como primer objeto de sus investigaciones filosóficas?

Michel Serres – Esta escogencia fue en parte circunstancial, pero no totalmente. Fui testigo de esa revolución que representó la partición entre matemáticas modernas y matemáticas clásicas; ella implicaba un verdadero debate sobre las cuestiones del conocimiento. Leibniz, matemático alemán y filósofo de lengua francesa, había sido el primer contemporáneo de una tal revolución científica. Me hice filósofo a causa de una revolución moral, y mi primer trabajo se dedicó a una revolución científica, las dos implicando una filosofía. Estas son pues razones a la vez contemporáneas y absolutamente esenciales al problema del conocimiento.

Projet – Ud. emprendió entonces una carrera clásica de enseñante y de investigador. ¿Cómo se cruza el itinerario filosófico personal y el transcurso de una carrera universitaria, en Francia y en los Estados Unidos?

Michel Serres – Un universitario se sitúa en ese doble movimiento de la enseñanza y de la búsqueda personal. Estaba personalmente orientado hacia la filosofía de las ciencias y mi trabajo consistió en reflexionar sobre ellas.

Esta investigación se ha prolongado sobre todo por razones circunstanciales en los Estados Unidos: cuando Ud. publica, ¡lo invitan! Pero es necesario decir también que estaba movido por una ambición enciclopédica, en el sentido clásico del término. Quería conocerlo todo y tenía ganas de enseñar tanto en la India, el Japón, en África y en las Américas. Mi oficio, como los otros, sufren el efecto de la mundialización. Por lo demás, hoy, un docente que no haya tenido la experiencia de otros países ¿puede enseñar bien? Incluso en la Sorbona, nuestros estudiantes representan muchas nacionalidades reunidas en una misma sala. De la misma manera que un filósofo debe tener luces sobre la enciclopedia, debe tenerlas sobre los hombres y las culturas.

Projet – Muy rápido, sus publicaciones han puesto el acento sobre la importancia del “viaje” entre universos científicos.

Michel Serres – Esta relación estaba en efecto en el centro de mis preocupaciones. En los años 60-70 se produjo un número considerable de cambios. En particular, en un medio preocupado únicamente por la producción —con los marxistas por un lado, y los economistas liberales por el otro, sólo la producción ocupaba la cabeza—, yo dije desde 1961 que la comunicación iba a volverse la espina dorsal del mundo de mañana; esto dio lugar a cinco libros intitulados Hermes. Ahora bien, este cambio fundamental era perceptible sobre todo por los que estaban centrados en las ciencias. En esa época, las ciencias humanas en pleno arranque se distanciaban de las ciencias dura. El mundo se transformaba debido a los resultados de las ciencias duras. Traté pues de llevar la filosofía a ese terreno. Pero la contradicción permanece: los filósofos privilegiados por los mass-media ponen siempre el acento en las ciencias humanas.

Las transformaciones más grandes, concernientes a la vida, la muerte, el tiempo, la reproducción…, resultan de los trabajos de las ciencias fundamentales (de la biología, en particular) y no de las ciencias humanas. Éstas fotografían el mundo en vez de estudiar las causas de los fenómenos. Mi gran preocupación —durante medio siglo, yo fui el único en hacerlo— ha sido la de anudar las ciencias fundamentales y las ciencias humanas. Piénsese por ejemplo en la teoría del compromiso de Jean-Paul Sartre; ahora vemos sus consecuencias. Los filósofos se han comprometido durante muchos decenios y han “fracasado” con lo contemporáneo. ¿Por qué? ¡Porque descuidaban las evoluciones más profundas! Ningún filósofo de esos años se ha dado cuenta, como lo hice en Hominescencia, del acontecimiento más importante del siglo XX, que representó el fin de la agricultura; echó por tierra nuestra relación con el mundo, con la familia y con las religiones, con el entorno, etc. Es una rotura tan importante como la de fines del neolítico; pasamos de un 60% de agricultores a un 4% en la actualidad.

Por esto me obstino en querer reconciliar naturaleza y cultura. Pongamos un ejemplo al respecto: los que hablan de clonación desde hace algunos meses en los periódicos sólo tratan del asunto superficialmente, y desde que el efecto de anuncio de tal o cual secta pasa, ¡ya no se habla más! Las placas profundas deberían interesar a los filósofos, pues son la causa de los volcanes y de los temblores de tierra.

Es la soldadura entre ciencias la que me permite redefinir, en mi última obra El Incandescente, la naturaleza y la vida. Y para lograrla, mi trabajo se nutre de diálogos. Creo poder decir que discuto mil veces con un científico por una sola vez con un filósofo. Según los períodos, trabajé más sobre las matemáticas, o la física, y desde hace siete u ocho años en bioquímica.

Projet – ¿No es una apuesta? Científicos y filósofos, hoy, cavan cada uno su surco. El largo término y lo cotidiano pueden excluirse o velarse recíprocamente.

Michel Serres – El diálogo siempre ha sido penoso. La dimensión enciclopédica es por tanto una de las constantes de la historia de la filosofía. Nunca ha faltado, de Platón y Aristóteles a Valéry, pasando por Leibniz y Bergson, Hegel y Auguste Comte. Pero en efecto, esta tradición esencial es difícil de mantener. Para ser filósofo de lo contemporáneo, pienso que es necesaria una sólida formación en el dominio científico.

¿Quién niega que las ciencias humanas deban acogerse en un tal proyecto? Pero si se ignora las ciencias duras, se dice cualquier cosa: ¡Ud. no imagina cuántas estupideces he escuchado a propósito de las OGM!

Projet – Otra línea de fuerza de su “viaje” es la del diálogo entre los universos culturales. Sus referencias son las de mundos diferentes.

Michel Serres – Un filósofo debe hacer tres viajes: el primero es el viaje enciclopédico, el segundo es el mundial (un filósofo que no hubiera vista los océanos, los polos y el ecuador, ¡ignoraría el mundo!). El tercer viaje es el que se hace entre los hombres… Este tercer viaje es doble: es necesario tener amigos por todas partes, dialogar con todos, y es menester viajar por las diversas clases sociales. A mi manera de ver, se ve mejor la sociedad desde abajo que de arriba (de arriba, ¡sólo se ven cráneos!). Personalmente, soy de origen modesto, popular, y he viajado mucho entre los hombres. Pero no se trata solamente de encontrar al otro en ese viaje, se trata sobre todo de saber…

Projet – Precisamente. Hay interferencias, cruces entre los tipos de saberes, distintos del trabajo científico. ¿Puede explicarnos por qué, por ejemplo, Ud. participó en la universidad del cuarto mundo o en las redes de intercambio de los saberes?

Michel Serres – ¡Sólo nos salvamos por el saber, inversión mucho más segura que la cuenta bancaria! Para una persona, una clase social, una familia o una nación, el porvenir es la sociedad del conocimiento. Trabajo con ATD porque su universidad no transmite un saber sino que lo elabora con los interesados. Estuve mucho tiempo en Francia en “Monsieur Enseignement à distance 1”. Actualmente, las nuevas posibilidades, como la Internet, autorizan una repartición, una participación activa del alumno en la enseñanza ofrecida.

El saber es el intercambio, y esto me apasiona. En este espíritu, trabajé también con los profesores de gimnasia, cuyo papel es demasiado despreciado, mientras que es esencial para permitir a los jóvenes conservar un equilibrio de vida. El libro que escribí sobre el cuerpo ¡está dedicado a los profesores de educación física!

Para ilustrar esta importancia de la repartición de los saberes, me gusta recordar esa pequeña lección de economía. Si tengo un pan, y Ud. mil pesos, y procedemos a una transacción, al final Ud. tendrá un pan y yo los mil pesos. Se trata de un juego de suma nula; nada nuevo resulta de este intercambio. Pero en el del saber, en la enseñanza, el juego no es de suma nula puesto que el intercambio aprovecha a muchos; si conoces un teorema y si me lo enseñas, al final del intercambio, los dos lo tenemos. Hay en el intercambio de saberes no un equilibrio sino un crecimiento formidable que la economía no conoce. Los enseñantes son titulares de un tesoro increíble —el saber— que prolifera y que es el tesoro de la humanidad.

Projet – En sus obras, el sitio dejado al saber es central. Pero, al mismo tiempo, la dimensión pedagógica y humana es también importante. ¿Hay un proyecto universal de repartición del saber que habría que poner en funcionamiento concretamente?

Michel Serres – Ya presenté ante la UNESCO y en África del Sur un proyecto de repartición universal de los saberes. Por lo demás se lo había propuesto a la universidad de la UNESCO, pero el proyecto fracasó. ¡Ay, no todos los sueños se realizan! La idea de un saber común, muy reciente, me interesa mucho. Hace apenas quince años sabemos que descendemos todos de un pequeño grupo de emigrados de África del Este, y que por tanto somos todos primos en el mundo. Enseñar esto a todos los hombres me parece mucho más importante que enseñarles la guerra de Troya o la gran muralla China que son símbolos de nuestras oposiciones. Y si nuestros niños ya no aprenden la guerra de Troya en el colegio, aprenden la segunda guerra mundial que la misma pesadilla que la guerra de Troya. Insisto sobre este fenómeno muy importante pues, cuando hablamos de historia, olvidamos que tras ella está la antropología. Este proyecto se encuentra al final del libro, el Incandescente.

Projet – Hay todavía dos campos que no hemos abordado en este diálogo: ante todo el del derecho.

Michel Serres – Hace alrededor de veinte años, en el G7, el Primer ministro japonés solicitó que se creara un comité de ética mundial que debía reagrupar tres delegados de cada país miembro. Yo era uno de los tres representantes franceses (un científico, un médico y un filósofo). Nos reunimos tres veces, sin lograr incluso definir términos que convinieran a las diversas culturas presentes. En efecto, ninguno de los países miembros del G7 de entonces tenía la misma visión del mundo y la misma moral. ¡Fue un grandioso fracaso!

Personalmente, mortificado por tener que aceptar un tal fracaso, saqué la conclusión de que quizás el derecho podía sacarnos de él en este dominio. Dejé mi maleta y volví a los estudios, para hacer derecho. Ello condujo a un libro de filosofía del derecho, El contrato natural, en el cual busque de nuevo reconciliar naturaleza y cultura. Entre los griegos el único sujeto de derecho era el ciudadano macho, adulto rico y propietario… En la actualidad, incluso el embrión puede ser sujeto de derechos. Me aventuré a proponer —lo que era atrevido— que el sujeto de derecho no era forzosamente consciente y que por tanto la naturaleza podía convertirse en sujeto de derecho; nadie me entendió, me aplastó el menosprecio de todos los filósofos, pero ahora se comienza a creer en ello. Incluso en los Estados Unidos, se conoce un proceso de un parque contra los que lo usan.

Projet – El segundo campo del que no hemos hablado es el de la moral.

Michel Serres – Al comienzo fue la moral la que me llevó a la filosofía. Pero no soy un moralista y no me gusta mucho la filosofía moral. Tengo un secreto que voy a contarle. Como no soy ni un sabio, ni un santo, mi tratado de moral consiste en un libro en el que cuento historias: Nouvelles du monde.

Projet - ¡Pero Ud. enfrenta en sus libros al menos el problema del hombre que sufre!

Michel Serres – Por supuesto; hay una moral de la ciencia. Pero hay también un ataque de las cuestiones morales con una racionalidad sólida; por ejemplo, la ley de los grandes números: estamos aplastados en la actualidad por las denuncias de todo tipo que no tienen en cuenta esta ley. El mal está por completo ligado al gran número; cuando hacemos omelettes, el porcentaje de huevos que se nos quiebran aumenta con el número de los que transportamos del refrigerador a la cacerola. Las compañías de seguros funcionan según este mismo razonamiento.

¿Qué hacer? Trabajar para que este porcentaje de aparición del mal se vuelva lo más pequeño posible, bien conscientes de que es incompresible. El “cero defectos” es una idea irracional y absurda, y sin duda publicitaria. Es necesario “actuar con” el mal. Dicho de otra manera, si multiplicáis los lavados para purgar vuestro cuerpo de todas las bacterias, se va a volver axeno y todas las bacterias del mundo van a darse cita en ti mañana por la mañana, pues será un formidable pozo de atracciones. ¡También es peligroso querer evitar el mal!

Projet – Puede que su respuesta sea satisfactoria con respecto al mal al cual se debe hacerle frente en el exterior, ¿pero qué decir del mal que está en nosotros?

Michel Serres – Mi último libro se llama El incandescente. Hay muchas razones para ello, entre otras que debo quemar en mí el mal que nunca me abandona. Hay otra solución, que llamo la solución del queso. Tomad la podredumbre, las bacterias, sembrad con ellas la leche, y con el mal ¡fabricaréis el bien, para no hablar de algo realmente delicioso!

Projet - ¿Qué lugar le da Ud. hoy al filósofo y al experto en los debates de sociedad? Bruno Latour afirmaba, en un reciente dossier de Proyecto sobre la decisión pública, que la sociedad por entero se vuelve un laboratorio… ¿Es un experto el filósofo mismo?

Michel Serres – El juego ha cambiado mucho en los últimos quince años. La experticia está repartida y la cantidad de gentes pueden ser consideradas como expertos en algo se ha vuelto muy importante.


Pero también es preciso preguntarse que es un experto. Si tomamos el ejemplo del alpinismo, debemos preguntarnos quién es el más experto en montaña, el que asciende 62 veces al Monte Blanco o el reportero que se deja depositar en helicóptero sin mérito en todas las más altas cumbres de los Andes, de las Rocosas, de los Alpes y del Himalaya; su conocimiento tiene algún valor. De la misma manera nos podemos preguntar también a propósito del agricultor de Lot-y-Garona que aprendió mucho por experiencia sobre el cultivo de las frutas, o del biólogo de Monsanto experto en OGM . Hay pues un juego de muchos, y una red densa que liga al periodista, el científico, el filósofo, el político, el jurista, el administrador… y el elector. Todos y cada uno aprenden acá la experticia. Por medio de esta juego complejo, en el que nos podemos perder, la sociedad se transforma en una democracia de la experticia. Como este juego es central, las cuestiones son portadoras de gloria, por tanto muy peligrosas.


Para terminar, le cuento ¡una historia en forma de lección moral! En griego, la palabra aletheia (la verdad) venía del nombre del río del olvido (el Leteo) que se atravesaba después de la muerte. ¿Por qué esta palabra? Porque un genio llamado Homero hizo volver del mas allá a algunos héroes (Aquiles, Ulises) que no fueron pues olvidados sino que conocieron la gloria después de la muerte. La palabra quería pues decir la gloria antes de designar la verdad. Esto implicó un tropel formidable que duró cinco siglos en los que los filósofos y los físicos trataron de dar a la palabra aletheia el sentido que tiene hoy, es decir la conformidad con el hecho y no la gloria social. Y hoy, este es el envite: la gloria social se vuelve, como antaño, el adversario de la verdad. Y el dominio de la comunicación es un lugar de gloria más que un sitio de verdad; es un peligro arcaico, una amenaza grave para nuestra sociedad.

Traducido por L. A. Paláu. Instituto de filosofía. Medellín, noviembre 15 de 2007.

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